domingo, 17 de mayo de 2015

Mediocridad

A veces tardamos demasiado en detectar la mediocridad, aunque hay signos evidentes que nos la indican: la falta de aptitudes se camufla. Y aunque se han escrito ensayos sobre el "mediocre intelectual", habría que analizar más al "mediocre emocional".


 El mediocre que ostenta algún tipo de poder, lo utiliza para ensombrecer el brillo de aquellos a los que, a su pesar, sabe mejores: usurpa sus ideas para mostrarlas como propias, procura criticarle o ridiculizarle en público, miente sin pudor; incluso cuando aparente realizar una alabanza, sólo será el preámbulo de un "pero" que dé al traste con el supuesto elogio.

José Ingenieros, escribe en su ensayo "El hombre mediocre":

<<Todo idealista es un hombre cualitativo: posee un sentido de las diferencias que le permite distinguir entre lo malo que observa, y lo mejor que imagina. Los hombres sin ideales son cuantitativos; pueden apreciar el más y el menos pero nunca distinguen lo mejor de lo peor>>

En el trabajo, cuando esos seres mediocres se convierten en jefes, gustan de rodearse y premiar la mediocridad, dañando la autoestima de quienes le parecen valiosos, porque temen que les puedan hacer sombra. En la pareja, el mediocre "te corta las alas" para que no puedas crecer, tratando de minar la seguridad en ti mismo. En cualquier caso, son un lastre.

Cuando puedes desprenderte de ese lastre, tal vez el daño ya esté hecho, que las heridas no hayan cerrado, que las cicatrices aún duelan, pero no vale rendirse ni culpabilizarse por el tiempo perdido. Salir de esa situación debería reportarnos satisfacción: al fin de cuentas, hemos dejado de vivir una situación injusta o dejado de apostar por alguien que nunca nos mereció.

Quién se libera de la mediocridad, intelectual o emocional, siempre estará a tiempo de tener una vida más completa, más sana, más gratificante.



Hay que soltar amarras. Aún cuando el jefe que se esforzó en hacerte pasar por inútil, coloque en tu puesto a alguien que carece de tus aptitudes y se dedique a ensalzarle, no te frustres: su cobardía no te resta capacidad. Si quien fue tu pareja hace ostentación de haber hallado a la persona ideal en un ser vulgar, no te sientas humillado; al fin y al cabo, ¿quién, si no un inferior, podrá mostrarle esa admiración que su debilidad demanda? La Bruyére escribió una máxima imperecedera: "En la amistad desinteresada hay placeres que no pueden alcanzar los que nacieron mediocres"; éstos necesitan cómplices, buscándolos entre los que conocen esos secretos resortes descritos como una simple solidaridad en el mal. 

Sé que es fácil opinar pero difícil actuar. Hay casos sangrantes, porque ninguna mujer que haya sufrido maltrato (sea psicológico y/o físico), puede permanecer impasible observando como ese ser mediocre que la agredió, se parapeta tras una pancarta en pro de la igualdad; pero la hipocresía forma parte de su pobreza de espíritu y está en su naturaleza, como la serpiente que emponzoña con su veneno el pecho del hombre que la salvó.

<<Siendo desleal, el hipócrita es también ingrato. Invierte las fórmulas del reconocimiento: aspira a la divulgación de los favores que hace, sin ser por ello sensible a los que recibe. Multiplica por mil lo que da y divide por un millón lo que acepta. … Sus sentimientos son otros: el hipócrita sabe que puede seguir siendo honesto aunque practique el mal con disimulo y con desenfado  la ingratitud (...) se limita   a cumplir las leyes por temor a las penas que amenazan a quien las viola, guardando la honra por no arrastrar las consecuencias de perderla.
(...)
Todo ideal humano implica una asociación sistemática de la moral y de la voluntad, haciendo converger a su objeto los más vehementes anhelos de perfección. El hombre es. La sombra parece. El hombre pone su honor en el mérito propio y es juez supremo de sí mismo; asciende a la dignidad. La sombra pone el suyo en la estimación ajena y renuncia a juzgarse; desciende a la vanidad. Hay una moral del honor y otra de su caricatura: ser o parecer.>>

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